Hace unos años, mi esposa y yo pasamos unos días acampando en las laderas de una elevada montaña en un parque nacional. Una tarde, mientras volvíamos a nuestra tienda, vimos dos osos machos dándose puñetazos en las orejas en medio de un pastizal. Entonces, nos detuvimos a mirar.

Un excursionista pasaba cerca, y le pregunté por qué se peleaban. «Una osa joven», respondió.

«¿Dónde está la osa?», dije.

«Ah, se fue hace unos 20 minutos», contestó sonriendo.

Entonces, mi conclusión fue que, en ese momento, el conflicto no era la osa, sino cuál de los dos demostraba ser el más fuerte.

La mayoría de las peleas no son sobre estrategias o principios, o sobre qué es bueno o malo; casi siempre las motiva el orgullo. El sabio de Proverbios da en el clavo al referirse a la raíz del problema: «la soberbia concebirá contienda» (13:10). El orgullo, la necesidad de tener razón, el querer imponerse o el defender nuestro ego son el combustible de las disputas.

En cambio, la sabiduría está en quienes reciben consejos; en los que escuchan y aprenden; en los que, con humildad, dejan de lado sus ambiciones egoístas; en quienes se dejan corregir. Esta es la sabiduría de Dios que infunde paz dondequiera que va.